Aunque muy pocos suicidas usan un arma blanca, también existen estos casos, lo que obliga a los forenses a reconocer los indicios para diferenciar un suicidio de un homicidio. En general, el suicida con arma blanca intenta darse en tres puntos clave del cuerpo: el cuello, para cortárselo, el pecho o el estómago, además de las muñecas.
En los casos en los que un suicida se apuñala en el corazón o en el estómago, no suele darse más de una o dos puñaladas. Además, suele quitarse la ropa, y el punto en el que pretende herirse debe estar a su alcance para asestarse el golpe con bastante fuerza. Múltiples puñaladas en una zona bastante amplia a través de la ropa denotarán un caso de homicidio.

Dos aspectos adicionales diferencian a un suicida de una víctima atacada por terceros. Si un suicida se corta la garganta, se distinguen a menudo uno o dos cortes superficiales debidos a “intentos fallidos” que hizo mientras cobraba la determinación suficiente para asestarse el corte final. Los suicidas también tienden a alzar la cabeza en el momento del impacto en un intento de exponer las arterias del cuello. De hecho, esto puede ser contraproducente, ya que al alzar la cabeza, las venas se mueven hacia atrás y quedan en parte protegidas por la tráquea. A veces, el suicida no consigue su propósito, o muere, pero por asfixia al penetrar sangre en la tráquea e impedirle respirar. Además, y a menos que la víctima estuviera dormida o atada, los cortes defensivos en las manos y los brazos son una prueba definitiva de que fue un crimen y no un suicidio.
Fuente: 40 casos criminales (David Owen)